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Angela Boitano en CIPER, #8M: Los cuerpos tras el estallido

8 Marzo 2022

«Feminismos en plural que emergen en este entramado turbulento y que se ponen en diálogo. Feminismos distintos, contrapuestos, herederos de tradiciones disciplinarias diversas: todos suman en la lucha por una sociedad más justa y respetuosa de la diversidad, y obligan a repensar al sujeto del feminismo.»

 

Este nuevo 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, nos encuentra en Chile en un especial momento político. Sólo por mencionar dos peculiaridades, el trabajo de la Convención Constitucional (CC) ha incorporado principios que aseguran derechos por largo tiempo reclamados por los feminismos de diverso cuño. Junto a ello, en unos días más asume un nuevo gobierno que ha hecho de la paridad de género una realidad, no sólo por la imagen variopinta del nuevo gabinete, sino porque en su arquitectura programática están la justicia y el respeto a la diversidad como fundamentos que aseguran la convivencia democrática en contextos cada vez más plurales. Ambos fenómenos representan una oportunidad de radicalizar y ampliar nuestra tan alicaída democracia, y en parte se explican, aunque no del todo, por el estallido social de octubre de 2019 [1]. Visto así, este puede ser considerado un momento fundacional.

La revuelta de 2019 hizo evidente una crisis entendida como ruptura, que a la vez se constituyó como un «momento de verdad» [2], en que la sociedad apareció en su desnuda contingencia.Los feminismos que se hicieron visibles entonces pusieron en jaque prácticas abusivas naturalizadas, dejaron al descubierto brechas salariales y de poder indignantes y cuestionaron —incluso— al sujeto mismo del feminismo.Ya los feminismos racializados habían tematizado la opresión de clase al interior del feminismo burgués y las opresiones de género en algunos movimientos negros, tal como apunta Angela Davis [3]. Su planteamiento, aún vigente, sostiene que rescatar las diferencias o promover la igualdad en sí mismas no aseguran la justicia, pues hay desigualdades y tratamientos igualitarios que producen injusticia, y por eso deben revisarse las demandas y los interlocutores a los que se dirigen.

Fue una crisis social que se vehiculizó en la calle, la cara violenta de la revuelta. La marcha, la toma de los espacios públicos, la interrupción del tránsito entorpecieron el flujo de la vida y, al mismo tiempo, recrearon una cierta vulnerabilidad del cuerpo que nos hizo conscientes de una precariedad común. A la violencia estructural (menos visible y más naturalizada de un sistema injusto) se opuso una violencia subjetiva (más visible, molesta y condenable). En su despliegue de la calle, los movimientos feministas pusieron en la primera línea el tema del cuerpo con otros. Butler se refiere al cuerpo como escenario en el que tiene lugar el sufrimiento político y, al mismo tiempo, lugar privilegiado de la acción encarnada en que se concierta con otros cuerpos para dar a conocer su existencia [4]. Con la consigna «el violador eres tú», Las Tesis permitieron interrogar —también desde las calles— la política del cuerpo, pues en su performance se develó toda una experiencia de pérdida de soberanía y, en el mismo acto, la posibilidad de recuperarla. Se consiguió denunciar una estructura diseñada de tal manera que permite que un hombre abuse, tenga permiso para ello y luego sea exculpado. La vulnerabilidad del cuerpo hizo así presente la común vulnerabilidad que padecemos con otros.

Meses más tarde, al cuerpo que permitió la alianza en la calle había que aislarlo, sospechar de él y ponerlo a distancia. La pandemia supuso otra oportunidad de comunión para mirar, aun por un momento, la política del cuerpo. El temor a la muerte o a la degradación, el miedo al otro, pueden también convertirse en alianza. Butler sugiere que la vulnerabilidad corporal presupone la existencia de un mundo social, pues éste hace visible que como cuerpo somos vulnerables, dependientes o abiertos, a los demás y a las instituciones [5].

En efecto, los cuerpos no son unidades cerradas. Estamos más o menos siempre abiertos hacia otros, y por eso nos duele el dolor de otros. La experiencia de vulnerabilidad señala que los seres humanos somos frágiles, pese a lo cual insistimos en persistir; tal vez por eso nos podemos adaptar a situaciones horribles. Pero la vulnerabilidad asume diversas formas y, en ocasiones, toma la de la precariedad, distribuida diferencialmente. Es evidente que hombres y mujeres no enfermamos de la misma forma, no sanamos ni morimos de la misma manera, no hacemos cuarentena igual ni arriesgamos las mismas cuestiones valiosas. Si alguien no está convencido de esto, revise estadísticas acerca de brechas salariales, valor de los planes de isapre, carga de tareas de cuidado, montos de las pensiones de vejez y uso del tiempo libre, por mencionar datos que hacen palpables las diferencias entre hombres y mujeres.

Ése es un aspecto, el estructural.

El tipo de feminismo que me interpela debería embarcarse, además, en la tarea interminable de examinar la colonialidad alojada en las propias estructuras del deseo que uno mismo cultiva y alimenta. Atender a la dimensión de la micropolítica: observar el lugar en que se produce y autoproduce la subjetividad, el nivel donde se juega la corporalidad, la afectividad, la intimidad. Desde esa perspectiva, una descolonización no depende sólo de las revoluciones estructurales, sino que conlleva la afección y la transformación creativa del habitus (Bourdieu). Un feminismo de tipo «deconstructivo», para citar a Nelly Richard, insistirá en la tarea de revisar el rol de la subjetividad en la construcción y reproducción de sistemas injustos. Gayatri Chakravorti Spivak invita a formular una pedagogía que opere una reorganización minuciosa y no coercitiva de los deseos [6], lo cual supone ir hacia los/as subalternos/as no para estudiarlos/as, sino para aprender de ellos/as; aprender la singularidad de lo singular. 

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