
Para las nuevas generaciones el costo de tener hijos ha subido demasiado. La columna aborda los motivos de ellas: sus temores, cálculos y aspiraciones que hacen que el porcentaje que tiene su primer hijo después de los 30, se haya cuadruplicado en 40 años. En una próxima entrega, la investigadora examinará las razones de ellos.
En Chile nacen cada vez menos niños, menos mujeres quieren ser madres y las que quieren, lo hacen a edades más avanzadas. El gráfico a continuación es elocuente del cambio que estamos viviendo: el número de hijos promedio por mujer en edad fértil ha descendido a 1.3 y se encuentra muy por debajo de la tasa de reemplazo de la población (2.1).

También ha aumentado el número de mujeres que termina su vida fértil sin hijos (35% más en las últimas dos décadas, según un estudio del INE) y las que no quieren ser madres: 45% de mujeres entre 15 y 29 años marcaron la opción de no querer tener hijos en la última encuesta del INJUV (2022) sobre el tema.
Junto con lo anterior, las mujeres que sí se convierten en madres lo hacen a edades cada vez más avanzadas. Estudios recientes muestran que el porcentaje de mujeres que tiene el primer hijo después de los 30 años prácticamente se ha cuadriplicado en las últimas cuatro décadas, aumentando de un 6,5% en 1980 a 23,6% en 2018 (Yopo Díaz, 2023; Yopo Díaz y Abufhele, 2024).
¿Cómo entender estas transformaciones?
En general, en la discusión pública se plantean tres explicaciones desde la perspectiva de las mujeres. La primera tiene que ver con la mayor prevalencia y legitimidad del uso de anticonceptivos. Desde su introducción en la década de 1960 como parte de políticas públicas de planificación familiar, ha habido un incremento sostenido en el uso de anticonceptivos que ha ido de la mano con una mayor legitimidad de la prevención del embarazo y accesibilidad de métodos para controlar la natalidad. En los últimos años, y pese a persistentes obstáculos en su implementación, la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo en tres causales, entre otras medidas, también ha contribuido a que las mujeres tengan una mayor autonomía reproductiva y pueden decidir sobre el embarazo y la maternidad.
Una segunda explicación tiene que ver con que hoy las mujeres tienes mayores tasas de participación en la educación superior y el mercado laboral que décadas atrás. Estos cambios van de la mano con una flexibilización de los mandatos culturales en torno al género que prescribían que el ser mujer era ser madre y con una pluralización de las aspiraciones biográficas de las generaciones más jóvenes. Hoy los principales proyectos de vida de muchas mujeres no tienen que ver con casarse, tener hijos y formar una familia, sino más bien con estudiar, trabajar, consolidarse económicamente y disfrutar del ocio y el consumo. Aquí las persistentes demandas de los movimientos feministas en torno a la equidad de género y la desnaturalización de los roles “tradicionales” de las mujeres han cumplido un rol importante, haciendo que la maternidad no sea ya un destino obligatorio sino más bien un proyecto posible entre otros.
Un tercer argumento es la penalización que las mujeres experimentan en el mercado laboral. Muchas veces el tener hijos implica no sólo salir del mercado laboral o reducir la jornada de trabajo para cumplir con las responsabilidades de cuidado, sino también una importante disminución de las oportunidades de movilidad y ascenso laboral. Además, esta penalización afecta con fuerza la seguridad y autonomía económica de las mujeres, que no solamente arriesgan una baja de sus ingresos sino también una disminución importante en sus fondos de pensiones.