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Entrevista a Elizabeth Lira: incluir la Salud Mental en la Agenda de los Derechos Humanos [Extracto]

22 Marzo 2018

Entrevista realizada por Carolina Aguilera

Edición María Soledad Catoggio y Fotografía Andrés Aguirre

Fuente: Clepsidra. Revista Interdisciplinaria de Estudios sobre Memoria. Volumen 5. Numero 9, pp 104-121.

En esta entrevista, la psicóloga Elizabeth Lira hace un recorrido por su trayectoria en el campo de los derechos humanos, contando su experiencia desde su trabajo en los organismos ligados a las iglesias cristianas durante la dictadura hasta su participación en los programas de reparación, la Mesa de Diálogo de derechos humanos y la Comisión Nacional de Prisión Política y Tortura durante los gobiernos de la transición democrática. En este derrotero, la intervención terapéutica, la denuncia humanitaria y la reflexión historiográfica permiten enhebrar temas en apariencia tan disimiles como la reconciliación política y la salud mental durante la dictadura y la democracia en Chile. En reconocimiento a su destacada trayectoria, Lira ha recibido en 2017 el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales de Chile.

C: ¿Cuándo y cómo comenzaste a trabajar en torno a los derechos humanos?

E: Antes del Golpe de Estado (1973), yo trabajaba en un programa de educación para dirigentes campesinos de todo el país, en el Centro de Estudios Agrarios de la Universidad Católica de Chile. El programa empezó a inicios del año 1969 dentro del marco de la Ley de Sindicalización Campesina, que daba financiamiento para que las organizaciones pudieran contratar servicios de formación. Estaba en desarrollo la Reforma Agraria y había una gran necesidad de capacitar a la gente que era beneficiaria de esas políticas (…) Pero, después del año 1972, no se pudo continuar con el programa. El nivel de polarización en la sociedad era creciente y no era posible sentar juntos en una misma sala a personas de distintas ideas políticas (al menos eso ocurrió con los dirigentes campesinos), entonces cualquier espacio de este tipo se transformaba en un espacio de conflicto potencial entre diferentes visiones sobre el proceso político. Después del golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, la mayoría de quienes habían sido alumnos nuestros terminaron presos; muchos murieron, otros desaparecieron. Algunos fueron expulsados del campo. Ese fue un punto muy decisivo para mí. Fue la situación concreta de esas personas la que me empezó a preocupar (…)

C: ¿Qué hicieron entonces?

E: (…) Ese primer tiempo fue muy difícil. Eran también momentos en los que una veía a la gente en las peores circunstancias: expulsados del campo, recién salidos de la cárcel, con situaciones económicas imposibles, con problemas familiares y con los hijos y todo. Entonces el tema de la salud mental era un tema muy complejo, porque las personas comenzaban a estar afectadas por la tortura o por la represión general y luego se veían afectadas por los efectos de la situación represiva, en especial el desarraigo (…) La situación de estos alumnos fue para mí un tema movilizador. Yo me empecé a vincular con las redes de ayuda social, legal y psicosocial de derechos humanos a raíz de esto. Más tarde, por la vinculación, a propósito de la situación de personas que yo conocía y que estaban en un gran desamparo, llegué a trabajar en la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (FASIC), a partir de 1978.

C: ¿Cuando tú llegaste a FASIC, ¿ya existía el programa de apoyo psicológico?

E: Sí, claro. Se había organizado unos meses antes. La Vicaría de la Solidaridad, y antes el Comité Ecuménico de Cooperación para la Paz (COPACHI), empezaron con la defensa legal, presentando recursos de amparo y buscando formas de proteger a las personas para evitar que fueran detenidas. La asistencia médica empezó con horas voluntarias de profesionales de salud y, posteriormente, se organizaron equipos de atención. Así se formó el programa de salud de la Vicaría (1976) y el programa médico psiquiátrico en FASIC (1977) (…) desde 1981 o 1982 se empezó a cambiar el enfoque inicial, que era actuar como respuesta a la emergencia y para proporcionar atención en crisis. Es decir, se comienza a pensar que la dictadura podía durar varios años y que, por lo tanto, había que ofrecer respuestas permanentes y duraderas. Estos organismos, a la par que proporcionaban atención psicológica y psiquiátrica, apuntaron a un enfoque más integral incorporando asistencia social e intervenciones clínicas y psicosociales de familias y grupos (…)

C: ¿Había distintos perfiles entre los afectados que trataba FASIC?

E: (…) FASIC atendía fundamentalmente a los presos políticos que, en ese tiempo, tenían una posibilidad de salir del país por el Decreto 504. Entonces, mucha gente salió al exilio en condiciones mejores o peores, variando de acuerdo con los países pero también de acuerdo con la historia previa de la persona (…) Tus posibilidades dependían de los programas para los refugiados en cada país, del aprendizaje del idioma, de la edad y de tu formación y experiencias previas (…) En relación con el trabajo de atención en FASIC entre 1978 y 1979, a nosotros nos abismaba y golpeaba mucho lo que escuchábamos. Era muy abrumador ver a personas tan devastadas y, al mismo tiempo, estar viviendo en el mismo lugar y en el mismo contexto, aunque sin estar en su situación, por otras circunstancias. Las posibilidades de intervenir eficazmente para que la persona recuperara mayor control en su vida y pudiera procesar lo que le había ocurrido eran muy difíciles y limitadas. Nosotros no teníamos mucha idea de qué hacer con la complejidad del padecimiento de las personas. En el tipo de formación clínica y profesional de la época esos temas no estaban incorporados. Nos tomó un par de años estudiar, discutir, aprender, ensayar, buscar formas de intervención que pudieran ser mejores (…)

C: Hablas del trabajo vinculado a un tiempo histórico específico ¿Fueron cambiando el tipo de intervenciones terapéuticas?

E: El relato era emocionalmente muy potente cuando nadie en la sociedad hablaba de estas cosas, pero cuando empezó a decirse en todas partes (en revistas de oposición, en reuniones públicas, en diversos documentos), esa verdad escondida que se hacía parcialmente pública en el espacio terapéutico fue perdiendo su impacto emocional. La comunicación ya no tenía ese mismo valor de contención, de novedad para la propia persona; pero permitía ver su experiencia y su padecimiento como parte de su historia personal y de la historia nacional (…) Eso empieza a pasar poco después del año 1980, lo que tiene aspectos positivos porque da lugar a formas de elaboración, pero resta importancia al testimonio de la experiencia represiva como instrumento terapéutico como lo era al inicio. Los familiares de detenidos desaparecidos, especialmente las mujeres, contaban muy a menudo la historia de la desaparición de su familiar como parte de la denuncia y de la búsqueda. Precisamente por eso, ese testimonio ya no tenía el valor emocional directo para sí mismas sino que tenía un valor político y un valor social (…)

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Núcleo de Estudios sobre Memoria